El hambre y las ganas de comer: ¿cómo diferenciarlos?

La alimentación de un bebé, sea a través de la lactancia o el biberón, promueve la creación de un valioso vínculo de apego entre el bebé y su mamá o la persona alimentante, que favorecerá su crecimiento no solo físico, sino también intelectual y emocional.

Entonces, desde el inicio de la vida alimentarse no es un acto meramente fisiológico. Está ligado a experiencias de satisfacción, revestido de afectos, de hábitos arraigados en la infancia, de tradiciones culturales, signado por las condiciones sociales, asociado a relaciones familiares y amorosas, entre otras.

El hambre es la necesidad biológica y gradual de nuestro cuerpo por obtener energía, se sacia con casi cualquier alimento y desaparece al comer.

En cambio, las "ganas de comer" o el apetito son un deseo psicológico, que puede ser repentino, llevarnos a buscar alimentos específicos (como dulces), aparecer sin tener hambre, y relacionarse con distintas emociones, como el aburrimiento, enojo, estrés, tristeza o ansiedad. A diferencia del hambre, el deseo de comer es selectivo, suele asociarse a algunos alimentos particulares, considerados placenteros.

El estrés y la ansiedad juegan un papel importante en la íntima relación entre hambre y emociones. Muchas veces asociamos la comida con emociones y buscamos calmar las emociones, ”tapar" sentimientos, sentirnos mejor, tranquilizarnos u obtener una recompensa o reparación.

En ocasiones estas ingestas promovidas por cuestiones emocionales no brindan la calma que se pretende y hasta pueden provocar culpa, frustración o ansiedad. Asimismo, pueden derivar en un hábito y un ciclo poco saludable de descontroles que alteran la cantidad y calidad de la comida que se consume, de atracones y de sobrepeso. Este comportamiento es un mecanismo de afrontamiento en el que no se busca alimento, sino calma.

Recomendaciones clave para evitar excesos perjudiciales:

  • Aprender a diferenciar el hambre física de las emociones:
    • Practica la autoobservación durante las comidas.
    • Sé consciente de cómo y cuánto comes.
    • Pregúntate qué estás buscando realmente al comer: ¿tienes hambre o estás buscando calmar una emoción?
    • Identifica tus emociones justo antes de comenzar a comer.
    • Presta atención a la sensación de saciedad y detente cuando estés satisfecho, sin continuar comiendo por hábito o impulso emocional.
  • Identificar los pensamientos: reconocer los pensamientos que sostienen las conductas inadecuadas (ej., "La comida me calmará", “me siento triste, una pizza me pondrá de buen humor”, “me merezco una buena cena”), para reorientar nuestra relación con la comida.
  • Gestión del estrés: implementar prácticas como mindfulness, relajación, respiración, meditación.
  • Priorizar el descanso y el ejercicio físico: Dormir bien (siete horas recomendadas) es fundamental para regular las señales de hambre. Realizar ejercicio con regularidad ofrece una vía para eliminar el estrés distinta a la comida.
  • Reorganizar el estilo de vida: Disminuir los niveles crónicos de estrés asegurando horarios laborales ordenados, descanso adecuado, y tiempo para la actividad física y la interacción social.

Cuando los intentos por lograr cambios no resultan efectivos, o cuando las ingestas copiosas sostenidas en el tiempo se convierten en atracones, existe el riesgo de desarrollar o cronificar un trastorno de conducta alimentaria. En estos casos, es fundamental realizar una consulta con especialistas.

El abordaje de estas problemáticas debe ser interdisciplinario, involucrando psiquiatría, nutrición y psicoterapia. El psicoterapeuta juega un rol clave, ya que cuando la angustia se tramita por la palabra, el "acto" del atracón o del exceso de ingesta remite.

Pedir ayuda no es signo de debilidad, sino de cuidado personal.

Fuentes: