La alimentación de un bebé, sea a través de la lactancia o el biberón, promueve la creación de un valioso vínculo de apego entre el bebé y su mamá o la persona alimentante, que favorecerá su crecimiento no solo físico, sino también intelectual y emocional.
Entonces, desde el inicio de la vida alimentarse no es un acto meramente fisiológico. Está ligado a experiencias de satisfacción, revestido de afectos, de hábitos arraigados en la infancia, de tradiciones culturales, signado por las condiciones sociales, asociado a relaciones familiares y amorosas, entre otras.
El hambre es la necesidad biológica y gradual de nuestro cuerpo por obtener energía, se sacia con casi cualquier alimento y desaparece al comer.
En cambio, las "ganas de comer" o el apetito son un deseo psicológico, que puede ser repentino, llevarnos a buscar alimentos específicos (como dulces), aparecer sin tener hambre, y relacionarse con distintas emociones, como el aburrimiento, enojo, estrés, tristeza o ansiedad. A diferencia del hambre, el deseo de comer es selectivo, suele asociarse a algunos alimentos particulares, considerados placenteros.
El estrés y la ansiedad juegan un papel importante en la íntima relación entre hambre y emociones. Muchas veces asociamos la comida con emociones y buscamos calmar las emociones, ”tapar" sentimientos, sentirnos mejor, tranquilizarnos u obtener una recompensa o reparación.
En ocasiones estas ingestas promovidas por cuestiones emocionales no brindan la calma que se pretende y hasta pueden provocar culpa, frustración o ansiedad. Asimismo, pueden derivar en un hábito y un ciclo poco saludable de descontroles que alteran la cantidad y calidad de la comida que se consume, de atracones y de sobrepeso. Este comportamiento es un mecanismo de afrontamiento en el que no se busca alimento, sino calma.
Recomendaciones clave para evitar excesos perjudiciales:
Cuando los intentos por lograr cambios no resultan efectivos, o cuando las ingestas copiosas sostenidas en el tiempo se convierten en atracones, existe el riesgo de desarrollar o cronificar un trastorno de conducta alimentaria. En estos casos, es fundamental realizar una consulta con especialistas.
El abordaje de estas problemáticas debe ser interdisciplinario, involucrando psiquiatría, nutrición y psicoterapia. El psicoterapeuta juega un rol clave, ya que cuando la angustia se tramita por la palabra, el "acto" del atracón o del exceso de ingesta remite.
Pedir ayuda no es signo de debilidad, sino de cuidado personal.
Fuentes: